De profesores y enseñanzas
No lo digo por el clima externo, que para estudiar estaba bastante malo, lleno de protestas, movimientos y cambios, sino por el clima interno… adentro, en nosotros, los estudiantes de pedagogía en inglés.
Me acuerdo que lo único que quería era estudiar, atender a clases, poner atención a mis profesores (quienes en su mayoría eran buenos, o al menos inolvidables). Tanto así, que esa época y esas personas que me rodearon me ayudaron, sin duda, a sobrellevar y derrotar el cáncer que padecí cuando cursaba el segundo año de la carrera. También conocí el verdadero amor. Lo pasé divino cuando participé en los tres Trabajos de Verano de la Organización Estudiantil de esos años. Ahora entiendo por qué eran tan odiados algunos, sino todos quienes pertenecíamos a ese grupo. Yo estaba allí por mis ganas locas de hacer cosas y aprender dentro y fuera del aula…
Dentro, en las salas, varias materias me marcaron de modo indeleble: fonética y fonología, gramática generativa, composición, metodología y otras. De los profesores, no quedarán sin mencionar don Leopoldo Wigdorsky y doña Elia Díaz, don Raúl Labbé, Miss Perry, Miss Maillet, el sr. Rojas, la sra. Fernández, la gringa Pam, uff!! y muchos otros, simpáticos todos.
Pero el tema era lo que enseñaban y cómo lo trasmitían. De todos ellos, la pasión vital por la pedagogía y la madurez académica total eran personificadas por el sr. Wigdorsky y su señora esposa y colega, la Sra. Díaz. Cariñosos, apegados a sus (mejores) alumnos, siempre con humor, disfrutando mucho lo que hacían. Lograban transmitir conceptos muy difíciles con una sonrisa en los labios (o, al menos, eso me parecía a mí). Era una sintonía especial la que conseguí con esas personas. Seguramente, en su momento, me veían como un discípulo seguro, como una semilla a punto de germinar. Más, las circunstancias que rodearon mi paso por la Universidad, me hicieron ver que debía tomar un rumbo distinto, no el académico, sino uno más prosaico y a menudo banal: “ponte a trabajar luego, has frente a tus responsabilidades de padre, olvídate de una beca… con esos antecedentes médicos, nadie te va a dar “pelota” ni te van a contratar”.
NO IMPORTA, me las arreglé siempre para que no se notara mi “cojera” y, sencillamente, me dediqué a ver “en qué era bueno”… trabajé más como traductor, y más tarde hice camino en el rubro de la computación, en diversas áreas hasta llegar a lo que soy ahora… Sin embargo, SI IMPORTA, cuando veo, ahora con más años, que tal vez no debí abandonar el idioma inglés como objeto de estudio, ni la lingüística como forma de vida. Eso lo heredé de mis profesores más queridos, los que más me marcaron, y a quienes tengo como referente cuando me veo haciendo mi labor hoy. De algún modo, ellos y sus enseñanzas están siempre presentes en la devoción con que me entrego a mis asignaciones y mi omnipresente sentido de educar e instruir. Es que el “profe” que tenemos dentro y que fue inculcado con tanto ahínco, se manifiesta y aflora en cada cosa que hacemos por los demás.
Se aprende una materia, pero más importante es cómo vamos adquiriendo los modelos que nos entregan conocimientos. Personalmente, no creo que el aprendizaje pueda alguna vez conseguirse con un mero programa computacional, que por bien hecho que esté, nunca tendrá la calidez ni la inteligencia (o lectura de lo no evidente) que puede hacer solamente un ser humano.
Gracias a Dios por los buenos hombres y mujeres que, recibiendo la investidura del profesor, hacen lo que deben hacer: enseñar. Con paciencia, estas personas se adentran en el alma de sus discípulos y los mejoran y embellecen. Me cuento entre los tocados y llamados a servir, lo hago desde mi atalaya, la que me tocó vivir.